martes, 8 de julio de 2025

Los Enanos de la Palma: tradición y misterio de una danza eterna

Hay tradiciones que se entienden. Y otras que se sienten. La Danza de los Enanos de La Palma pertenece a esta segunda estirpe: no se explica, se experimenta. Es un prodigio popular que nace del alma colectiva y se guarda —como se guarda una promesa o una canción de cuna— en los pliegues más íntimos de la identidad isleña.

Cada lustro, cuando la Virgen de las Nieves baja desde su santuario para visitar la ciudad de Santa Cruz de La Palma, los Enanos emergen del imaginario ritual con una fuerza que asombra y conmueve a quienes los contemplan por primera vez. No hay turista que no quede boquiabierto. No hay palmero que no se estremezca.

Un misterio barroco con nombre propio

El acto de los Enanos no es un desfile, ni una coreografía, ni un sainete. Es una metamorfosis danzante. Durante la madrugada, unos hombres ataviados como eruditos del Siglo de las Luces interpretan una Loa culta, intelectual, casi ceremoniosa. Pero al caer el telón, ocurre lo inverosímil: desaparecen un instante, y cuando reaparecen, lo hacen transformados en personajes grotescos, de cuerpos diminutos y cabezas enormes, bailando una polca frenética que desafía el juicio y la lógica.

Lo que asombra no es solo la velocidad del ritmo, sino el enigma de cómo se produce la transformación. El secreto —celosamente guardado— ha sido parte del encanto durante más de un siglo. La isla lo conoce, pero no lo divulga: es su pacto tácito con la maravilla.

Orígenes: entre la risa, la fe y el ingenio

Aunque su forma actual se fijó en el siglo XX, el origen de la Danza de los Enanos remonta su linaje a 1867, cuando se estrenó en el marco de las Fiestas Lustrales una pieza teatral llamada La Verdad. En ella, un grupo de sabios se transformaban en enanos para transmitir, a través del humor y la sátira, críticas sociales y reflexiones populares. Fue tal el éxito, que aquel efecto escénico se convirtió en una tradición por sí misma. A partir de ahí, la fórmula se consolidó: cada edición presenta un vestuario distinto, una loa inédita, y siempre la misma euforia cuando empieza a sonar la polca.

El número de enanos varía —doce, catorce, dieciocho, veinticuatro— y el diseño del disfraz se renueva con cada Bajada, convirtiéndose en una suerte de espejo simbólico del tiempo que atraviesa la isla. Los temas son tan diversos como los trajes: ha habido enanos faraones, astrónomos, campesinos, caballeros, obreros, abejas, guanches, monjes y hasta ángeles. Pero todos comparten el mismo espíritu: una sabiduría que se disfraza de inocencia, y una alegría que enmascara un mensaje.

El arte de lo inesperado

La Danza de los Enanos no puede disociarse de su atmósfera: la oscuridad de la noche palmera, el olor a mar mezclado con perfume de tradición, el murmullo del público en las gradas, la espera cargada de emoción. Y luego, el estallido: la música, el salto, la carcajada, la belleza.
Es un acto de comunión popular, una liturgia pagana y sagrada al mismo tiempo, en la que lo grotesco se vuelve sublime, y la máscara se convierte en revelación.

No en vano, la Danza de los Enanos ha sido declarada Bien de Interés Cultural, y es candidata a ser reconocida como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO. Lo merece, no solo por su antigüedad, sino por su capacidad para hacer del asombro una herencia viva.

Epílogo: una isla que baila en secreto

Quizá el secreto de los Enanos no sea tanto cómo se hacen, sino por qué seguimos necesitándolos. En un mundo que corre, que finge, que olvida, los Enanos nos recuerdan que la sorpresa aún es posible. Que la tradición, cuando está viva, no es repetición, sino renacimiento.

Y así, La Palma —noble, discreta, antigua— cada cinco años nos lanza su desafío: “Si quieres entendernos, ven y baila con nosotros… aunque sea desde la grada.”

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